En mi época de estudiante una profesora de literatura me regalo una historia que atesoro con todo cariño. Me contó que en cierta ocasión, coincidieron en una celebración, Onetti y Paco Espínola. Éste último había tomado la palabra y daba claras muestras de una entusiasta forma de hablar, al culminar su oratoria, el maestro de ceremonias presentó al primero, y tras invitarlo a hablar éste sentenció "yo no hablo, escribo". Onetti fue sin dudas un hombre de carácter introvertido y personalidad huraña, y aquella frase escueta es quizás el más vivo retrato de su persona.
Ambos, Espínola y Onetti hicieron su camino en las letras sin necesidad de andar a las carreras, y son sus obras no sólo clásicos de la literatura, sino además retazos de nuestra identidad.
La palabras, dichas o escritas, se prestaron a sus caprichos creativos, escondiéndose a veces, mostrándose otras, buscando formas retorcidas y siniestras unas, en tanto otras vestían graciosamente las muecas trágicas de la vida.
Ambos me inspiraron a escribir, y cuando una idea anda por ahí seduciéndome desnuda, la arropo con palabras y en accidentadas caricias busco darle forma, a tal punto que pensamiento y escritura van conmigo siempre de la mano.
Al desafío de aprender en red, se sumó el de expresar las ideas de otro modo, capturar la imagen en una fotografía y no en una metáfora, buscarle una voz a la idea, que la pronuncie, la diga y la desdiga, en vez de escribirla y tacharla.
Fue un camino difícil, las etiquetas dan muestra de ello el texto primó sobre la imagen y el sonido, y estos primaron sobre el vídeo. El grado de dificultad que fue pronunciándose semana a semana, mermó el número de post, en pos de diferentes vías de expresión.
Y lejos de parecerme a mis maestros, carezco de su talento, ni locuaz en el habla, ni siniestro en la escritura, sentencio de todos modos: no escribo bien, pero lo prefiero.